lunes, 5 de febrero de 2018

N.


A ti, el de los ojos medio Soles.
Tú que esperas leerme y presionas para hacerlo.
Gracias a ti por todo aquello a lo que no se les suele dar.
Te agradezco los despertares en los que duele abrir la mirada al mundo
o
tu mano agarrando la mía en las posiciones que me resultan más cómodas
y
que tus caricias se fundan con mis ganas por darte un beso.
Gracias por los domingos donde la pizza es nuestro mejor amigo,
los ratos en los que te hablo dormida y tú,
ríes
porque te gusta reír, porque,
BRAVO por hacerlo. 
Me das aire.


Te debo trescientas noches calmada y otras tantas siendo una revolucionaria.
Salir de una sala de cine a tu lado y meternos de lleno en la historia que acabamos de ver.
Cantarle al mundo que se vaya a la mierda pero que nos mantenga un poquito más en ella.
Ganarme un sueldo como ayudante de la RAE gracias a ti.
Una mirada al pasado. Al punto donde nos conocimos. 
Gracias por secar las pocas lágrimas con soplidos,
da gusto llorar.

Y yo, que no te tengo delante pero sí presente, 
te agradezco las margaritas en primavera y el verano que aún no nos ha tocado los pies. 

A ti. Por ser como te nace ser y compartirlo conmigo. 

"Nos vemos en Grecia" como imperativo de un te quiero



martes, 26 de septiembre de 2017

Angelitos.

La varita que todo lo cura.
Y por si nos quedamos cortos, te rozo con ella aquí. Aquí. Y aquí también.
Por si te faltan ganas de sonreír, yo te regalo unas cuantas muecas para que lo hagas.
Si te cuesta mantener tu mundo en pie, tan sólo sujétate fuerte a mi hombro y nos impulsamos. 
¿No te llama la comida? No te preocupes, pedimos una pizza de esas que te gustan y engordamos juntos.
Se te cierran los ojos. Aquí estaré frente a ti para contarte los movimientos que haces mientras sueñas. 
Tenemos el día doblado, ¿y?. Unos chistes con acento andaluz y de nuevo escucho tu peculiar carcajada.
El día está feo. Bajamos persianas, encojemos los hombros y lo volvemos bonito. 
Hablamos de la vida y tú, como siempre, me llevas la delantera en experiencias mofándote cariñosamente de las mías.
Te robo las zapatillas de estar por casa aunque calces un cuarenta y tres. Te ríes de mi manera de andar con ellas. 
Frunzo el ceño cada semana recordándote la envidia que me das por tener esa profundidad en tu color de ojos. 
Tu pelo canoso me resulta adorable, así que, aunque no te gusta, lo atuso cuando te despistas. 
Hoy hemos descubierto juntos que acariciarte la espalda con las uñas es otro placer de tu mundo. 
Ser conocedor desde hace poco de mi gusto por escribir y que se te escapen las lágrimas al leerte algo. 
Pensar que he cerrado una conversación con un "pos eso" y que la finalices tú con "poseso, es un loco".
Darte besos en la frente al despedirme de ti y que me digas que tengo un problema con los mimos. 
Odiarnos mientras nos queremos. En eso ganamos. Siempre lo haremos.

Y así, casi sin darme cuenta, te adoro

papá. 

lunes, 27 de febrero de 2017

Vengas de donde vengas.

No supe la razón de que me dijera aquella frase a las diez de la mañana de vuelta de una fiesta, pero de seguro, me hizo pensar. Tanto que a día de hoy me sigo levantando repitiéndola a lo largo de la mañana y de la noche.
Quizá es que realmente mis ojos se lo estaban contando, mientras mi boca mantenía silencio o es que tal vez, era algún tipo de mago mental que sin saber nada de tu vida, aquello clave, lo acierta. 

"¿Sabes? En tu mirada leo que te han hecho daño, pero dime ¿te respetas lo necesario para que no puedan hacerlo?"

Hizo un gesto de despedida con las manos, el semáforo se puso en verde e igual que llegamos juntos a esa ciudad después de dos horas de tren, se fue. Y se fue de una manera que jamás vi a nadie marcharse. 
Sus pasos me parecían eternos, enigmáticos. Como que cada uno que daba, tiraba de mi hilo hacia él. Pero yo no me movía, ni siquiera supe despedirme. Con la boca abierta veía cómo se alejaba, girándose de vez en cuando y repitiendo ese gesto con la mano. 
Dejé de ensimismarme para echar a andar hacia mi casa. ¿Qué es lo que me ha dicho? ¿Qué es lo que he hecho para que lo diga?

"¿Te respetas lo necesario para que no puedan hacerlo?" 

Una y otra vez. ¿Lo necesario?
 Pero este tipo quién era. ¿Por qué una persona a la cual conozco de media noche, ha sabido decirme lo que llevo guardando entre algodones toda una vida? Quizá la respuesta sea no. Quizá por eso me molesta tanto volver un domingo por la mañana con algo robándome el sueño y mis verdades. 

Y sé que no volveré a verte. Que te cuesta el español. Que seguramente esa noche también te costé yo. Pero desde aquí, en mi cabeza y en mis folios con tinta, he de darte las gracias por decir en alto lo que yo me grito callada. 
Por engrasar una puerta sin llegar a saber que chirriaba. 






martes, 3 de enero de 2017

Vicios

Eres tabaco.
Y como todo tabaco, he de dejar de fumarte de a una. 
Sin titubear ni mirarte de reojo. Verte pasar de bocanada en bocanada para mí no ha de ser tentador. 
No olerte y de hacerlo, dejar pasar el aroma palpable en tu rastro. 
Como tabaco que eres, el propósito de año va dedicado a no respirarte. 
Mi necesidad de ti después de salir de la ducha aún con el pelo mojado y un moño, asomándome a la ventana haga frío o calor, pasará a segundo plano mientras sigo observando a los transeúntes a través de ésta, sin tu presencia. 
No te necesito después de un polvo, ni siquiera detrás de un café. Las conversaciones no serán con la misma aparente seriedad, pero sí con otro tipo de sabor. 
Nunca más mis camisas, ni tan siquiera mi pelo, me recordarán a ti. Ya no te sujetaré más entre mis dedos. No te querré para mí solo ni te compartiré con mis amigas. 
No serás la vela de este entierro, ni te pisaré cuando acabe contigo. 
Pero sin reparo digo que has sido el mejor remedio para satisfacer mis nervios y mi ansiedad, a veces, por volver a encenderte de nuevo, otras por llegar a darte un par de caladas. 
Con el tiempo, recordaré tu humo característico como uno que se desvanece y mezcla entre otros. 

Tú volverás a ser tú, 

pero sin 365 días en una vida y nada de mi recuerdo en tu filtro.


lunes, 4 de julio de 2016

Antes.

¿Quién ha sido el que te ha dicho que no puedo hacerlo?
Te ha mentido, porque no es tan improbable que lo haga. 

Antes de morir y reencarnarme en los ojos de un papel de fotografía,
he de decirte que te estás equivocando.
Que aquí, de pie en este mundo, tan sólo estoy parida por mi madre,
criada por mis ideales. 
Que antes de morir, voy a vivir por tres
dejándote con la miel en los labios de no haber sido por cuatro.
Que voy a llorar como nunca lo hice
rompiéndome hasta el alma de todo lo que me ría.
Que antes de morir voy a poder odiarte 
de la forma más dulce en la que te jamás te odien
y
te voy a visitar cada noche que se me antoje
tener un rato el olor a cuero de tu coche, en nuestro propio cuero. 
Que antes de que se me borren las arrugas de la cara,
me cercioraré de grabártelas en la mente,
quizá también en la frente.

Tengo todo de mi parte para poder hacerlo,
porque antes de morir
volaré de aquí a las nubes y no en un avión.
Encadenaré cada uno de los versos
que separan tu mano de la mía. 
Antes de morir cantaré a oídos insatisfechos
que los ritmos cambian,
que la música te mueve de diferentes formas. 
Sin duda, antes de morir haré 
que sonría cada uno de los lunares de tu espalda.

Te mintieron al decirte que no me daría tiempo
que no me daría la vida
porque antes de morir, 
aquí
ahora
mañana
seguiré mirando de igual a igual
las muecas que me pone el Sol 
a las nueve de la tarde un día de verano. 
Y te contestaré, pensaré en ti y lo sabrás 
porque antes de morir 
podré decirte todo lo que me arde aún en la boca,
lo que me recorre las venas
que algún día dejarán de tener caudal.
Sabrás
que antes de morir, voy a ser eterna 

y todos podréis verlo. 

















miércoles, 1 de junio de 2016

Chin-chin.

Esa manera tan característica que tienes
de mostrarte al mundo tras las persianas,
recogido entre almohadas tejidas de historias
de música para oídos vírgenes
que no han sido abiertos a tu silencio, 
aún sin haberte escuchado asumir
que quizá tu universo no es tan malo
si dentro encuentras otro corazón amigo.

Esa manera de querer cerrarte a veces, 
asustado de lo que propiamente eres
y alguien descubre proponiendo que quizá
deberías esperar, hacer un alto
confiar en ella, que no parece del todo errónea.
Coger aire e ir hacia delante
con tus miedos e inseguridades
dejarte mimar el ánimo.

Tus defectos, tus virtudes
la risa que tienes bostezando
casi a las cuatro de la mañana,
el formato de tu voz susurrando
a gritos que está cómodo
como nunca imaginó estarlo.
Deshinibirte y olvidar lo que muestras
para dejar ver lo que eres. 

No pintar de negro las aceras
para que alguien se asuste y no las camine
tenerle miedo al valiente
que decide sentarse en el escalón de tu portal
solo por ver cuánto de los nervios te pone
y reírse mientras ve en tu cara
que también eres de los que se sorprende
cuando le pillan con la guardia baja. 

No pisar un suelo nuevo
por miedo a que acaben bailando en él. 
Que descubrir a alguien que te conozca 
no sea tan extraño. 
Que te sepas valorado por 
todo aquello que callas
y otro sabe leer,

no sea tan grave. 




domingo, 22 de mayo de 2016

Autosinceridad.

Olía a ese tipo de miedo imperioso reconocible a kilómetros de aquí. Cada vez que una frase se enlazaba a otra que parecía ponerse seria, con esos sonoros tópicos que no le gustaba nombrar, su expresión entonaba la clásica incomodidad del que sabe sin querer saber.
Sus problemas siempre fueron las corazas forradas de cartón en las zonas cercanas al alma, y es que no se conocía como lo hacía yo. 
Los papeles del fuerte de la película quedaron muy atrás ya, como siempre le repetí; pues cuando todo a tu alrededor parece ver lo que tu cabeza no es capaz de asumir, el rol de valiente te queda grande. Y la estampa no es más que la de él con su cara de circunstancia y yo con la divertida sonrisa de saberle a él mismo incomprendido. 
Tampoco es para tanto. Tan sólo que a veces las cosas te sacuden cuando nunca pensabas que lo fueran a hacer y una vez que las tienes detrás, dándote palmadas en la espalda para que sepas que están ahí, nos quedamos paralizados y no somos capaces de girarnos para mirarlas de frente. Y en lugar de eso, te encuentras ahí de pie, fingiendo no sentir, no escuchar y no creer que algo te está tocando. 
No le culpo. Jamás lo hice. Cada matiz de cada momento llega si tiene que llegar y si no, simplemente vivimos haciéndonos los locos y desaprovechando la que podría ser una buena vivencia. Casi como saltar sin cuerdas de un puente, pero sabiendo que una vez estés descendiendo, dejarás arriba la duda de un vacío. 
A veces me sorprenden aquellas personas capaces de negarse a lo que les gustaría comprobar. Básicamente es quitarse de la boca la cuchara rebosante de crema de cacahuete, después de verla, olerla y casi saborearla, tentándoles a más no poder no habiendo comido desde hace... no sé, quizá toda una vida. 
Pero si una cosa está clara, es que hay veces -no digo siempre, sólo veces- que quitarte la venda de los ojos no requiere de tanta franqueza para con nosotros mismos. Dejarse llevar, sería la mejor de las opciones. 
No blanco. No negro. Dejarse llevar como color intermedio. 

Y es probable que entonces, dejes de vivir tu propia mentira.