jueves, 15 de mayo de 2014

Día 1 - Si la vida te da limones.

Comprendí al fin lo que era tener. Como propio verbo, sinónimo y adjetivo. Comprendí lo que era sentir las manos llenas sin contener nada tangible dentro. Comprendí lo que la vida me había estado susurrando. Estuve sorda, y es que yo... yo ya lo tenía todo. 

- No quieres que me marche. No quieres que desaparezca de estas calles con la cabeza tan machacada como la que tienes en este momento. Dime que no puedes, que no eres capaz de verme andar y alejarte de aquí. - fue la última vez que mi retina quiso grabar la manera que tenía de articular con su boca, mi vida, antes de darme la vuelta y perderle. 

Desde entonces cada paso que he dado ha sido un escalón variante de entre los cinco centímetros a los cuatro metros de alto. La variabilidad de estados de ánimo, la voz que se me apaga o grita, los labios que se me secan de esperarle un rato más y la tranquilidad mojada de saber que no volverá. Quizá fue eso lo que construyó mis días desde entonces, poquito a poco, enseñándome desviaciones y caminos por los que no tropezar con sus ojos. Sí, quizá fue eso, el último sonido de su voz. 
De repente me vi envuelta en conversaciones que le desnivelaban, palabras que ya no le describían tan entero, correcto y fuerte como mis manos recordaban. Fueron muchas de sus versiones las que ya no me convencían tanto, haciendo plantearme si todo había sido parte de este espejismo entre los desiertos de nuestra piel. Si sus movimientos no siempre cortaron el aire a la perfección, si se dejó trozos de cielo desigual, si vendió amaneceres dorados cuando no eran más que tormentas. No resultaba ya lo mismo oírme decir su nombre como hacía un par de meses. Mi fonética había cambiado y no era consciente aún del por qué, del por qué bajaba medio tono nombrándole. 
Nunca salió de mi boca la palabra "fácil". Sabía el valor de las cosas, su significado, la creencia de que después de lo fácil, jamás le perseguía nada malo. Simple y rápido. Fácil. Por eso siempre anulé como "fácil" la manera que tuvo este universo para presentarnos. 

- Te juro que desde que era pequeña siempre he querido comerme un limón sin ningún tipo de expresión en la cara. 
- ¡Anda ya! eso es imposible, si no te pica la nariz, te va a escocer ésto de aquí. - su dedo se acercaba lentamente y al apoyarse en la quemadura de mi labio, contrarrestaba el frío de su yema con mi quemazón y mi urgente gana de que lo hiciera. 
- No, seguro que no me escuece. - Me deshago sonriendo de su tacto. - Además, cuando esté preparada para el limón, "ésto de aquí" ya se me habrá curado. Seré capaz de mirarte como si fuera de hielo, lo comprobarás.
- ¿Tendré ese gust..?
- Joder, perdona. - unas zapatillas, desgastadas y con amagos de cosido con hilos de distinto color al de éstas, interrumpieron pisando la que iba a ser mi siguiente sonrisa y la pregunta de Pablo. Y así, en pleno pasillo milimétrico de autobús, entre la multitud a una hora prudente para ir a casa a comer, mientras mis ojos cogían altura por esas piernas intrusas, alcanzando con la mirada el último rizo que desafiaba la gravedad entre su cabello y el cielo, descubrí lo que andaba buscando sin saberlo. - Lo siento, tío.

- ¡Ahh! - se quejaba calladamente Pablo una vez que "hilos de colores" se alejaba lo suficiente como para perderle de vista. Mirándome con un ojo cerrado y poniendo su pie derecho sobre el dolorido izquierdo, siguió con su queja - Joder, mierda de lunes, este autobús siempre va hasta arriba de gente. Menuda pisada me ha dado este tío. En fin, ¿por dónde íbamos?.
- Limones. - Amarillos. Como uno de los hilos. Y en ese momento, quizá hubiera estado bien que mi cuello no se hubiera alargado, o que mi cabeza no hubiera girado para mirar a mi derecha, pero antes de encontrarle, él ya me había encontrado desde la lejanía de su posición, sentado entre una joven chica leyendo lo que parecía un libro de Ángel González, idéntico al que yo tenía en mi mesilla de noche y al otro lado, un señor con una gabardina un poco abrigada para el Sol tan dulce que acariciaba su rostro a través de la cristalera del autobús. Pero el destello blanco de sus fríos ojos puso en duda la forma que debía tornar mi cara, pues su gesto observándome, era como mi meta a conseguir. Chupar un limón sin expresión. 

Cinco paradas y con la vista al suelo después de observar por un segundo su expresión (o más bien, no-expresión)  me veo bajando del autobús, estirando aún más el cuello mientras mi primer pie toca el asfalto de la calle de mi casa y me sorprendo mordiendome el labio por no morder una de las ruedas y pincharla. 

- ¿Pero qué pasa? ¿te has dejado algo dentro? ¿TE HAS DEJADO ALGO DENTRO? - me miraba Pablo agarrándome del brazo esperando una respuesta rápida para calcular el tiempo que le iba a llevar escucharme y echar a correr para parar el autobús en caso de que yo contestase que sí. 
- No, no. Tranquilo, no me he dejado nada... - tan sólo unas zapatillas desgastadas, pienso.

Llegamos a casa y mi cabeza dejó de resonar, pero algo dentro... yo sabía que algo... algo en el espacio-tiempo me había robado al menos un soplo de aire en el transcurso de esos veinticuatro minutos que duró el trayecto de aquel "Joder, perdona" a esa mirada impenetrable. 
Esa tarde comimos una de mis especialidades, arroz blanco con sabor a las especias de mi Marruecos, champiñones y garbanzos. No hubo queja, no quedó grano de arroz en el plato. Tuve sonrisas, muchas sonrisas de agradecimiento. Besos, besos sabor a Marruecos, besos con sabor a necesidad. Besos que pintaron de amarillo el resto de mi calendario. Amarillo limón.