la agarré con la palma, cerrando el puño y fuerte
- así -
supe que esta sensación no expiraría jamás.
Y a partir de entonces unos cuantos andares interrumpieron el tráfico
de aquel agosto que despuntaba perezoso,
como siempre.
Como nunca apareció y se presentó - Chavalita, déjame parte de tu hueco. -
Sin apartar mis ojos de sus palabras y dejando espacio a un nuevo cuerpo,
tropecé con mi perdición.
- ¡ay, que duele! -
A mi no me va ésto. Le dijeron amenazantes mis cejas encogidas.
Destrocé todas las huellas que me delataban quererte desde ahí.
Haciendo triquiñuelas te escuchaba sin que se notase
y quizá maté más de una neurona
queriendo no sonreirte.
Pero tú,
- Chavalita, por favor. Mírame. -
y tu sonido tentador,
junto a los hoyuelos que guiñaban el aire,
hiciste que cometiese la salvaje aventura de desgarrar las tablas de mi vida.
Como un ladrón con su mochila,
uno a uno fue robando unos minutos que se hacían cada vez más blandos
menos resentidos, más amables.
- ¡Eh, chaval! sin trampas. -
Extrañamente,
entre el tráfico agotado de observarnos y tu sonrisa destrozando mi camisa,
fui perdiendo la parte antagonista
y por no pecar de egoísta
me perdí hasta ahora y en tu risa.
Malditos.
¿Dónde está la policía cuando se la necesita?
Ese día, el tráfico y sus zancadas, me robaron -también- la agonía.
Como un ladrón con su mochila,
uno a uno fue robando unos minutos que se hacían cada vez más blandos
menos resentidos, más amables.
- ¡Eh, chaval! sin trampas. -
Extrañamente,
entre el tráfico agotado de observarnos y tu sonrisa destrozando mi camisa,
fui perdiendo la parte antagonista
y por no pecar de egoísta
me perdí hasta ahora y en tu risa.
Malditos.
¿Dónde está la policía cuando se la necesita?
Ese día, el tráfico y sus zancadas, me robaron -también- la agonía.