martes, 26 de septiembre de 2017

Angelitos.

La varita que todo lo cura.
Y por si nos quedamos cortos, te rozo con ella aquí. Aquí. Y aquí también.
Por si te faltan ganas de sonreír, yo te regalo unas cuantas muecas para que lo hagas.
Si te cuesta mantener tu mundo en pie, tan sólo sujétate fuerte a mi hombro y nos impulsamos. 
¿No te llama la comida? No te preocupes, pedimos una pizza de esas que te gustan y engordamos juntos.
Se te cierran los ojos. Aquí estaré frente a ti para contarte los movimientos que haces mientras sueñas. 
Tenemos el día doblado, ¿y?. Unos chistes con acento andaluz y de nuevo escucho tu peculiar carcajada.
El día está feo. Bajamos persianas, encojemos los hombros y lo volvemos bonito. 
Hablamos de la vida y tú, como siempre, me llevas la delantera en experiencias mofándote cariñosamente de las mías.
Te robo las zapatillas de estar por casa aunque calces un cuarenta y tres. Te ríes de mi manera de andar con ellas. 
Frunzo el ceño cada semana recordándote la envidia que me das por tener esa profundidad en tu color de ojos. 
Tu pelo canoso me resulta adorable, así que, aunque no te gusta, lo atuso cuando te despistas. 
Hoy hemos descubierto juntos que acariciarte la espalda con las uñas es otro placer de tu mundo. 
Ser conocedor desde hace poco de mi gusto por escribir y que se te escapen las lágrimas al leerte algo. 
Pensar que he cerrado una conversación con un "pos eso" y que la finalices tú con "poseso, es un loco".
Darte besos en la frente al despedirme de ti y que me digas que tengo un problema con los mimos. 
Odiarnos mientras nos queremos. En eso ganamos. Siempre lo haremos.

Y así, casi sin darme cuenta, te adoro

papá.