lunes, 27 de febrero de 2017

Vengas de donde vengas.

No supe la razón de que me dijera aquella frase a las diez de la mañana de vuelta de una fiesta, pero de seguro, me hizo pensar. Tanto que a día de hoy me sigo levantando repitiéndola a lo largo de la mañana y de la noche.
Quizá es que realmente mis ojos se lo estaban contando, mientras mi boca mantenía silencio o es que tal vez, era algún tipo de mago mental que sin saber nada de tu vida, aquello clave, lo acierta. 

"¿Sabes? En tu mirada leo que te han hecho daño, pero dime ¿te respetas lo necesario para que no puedan hacerlo?"

Hizo un gesto de despedida con las manos, el semáforo se puso en verde e igual que llegamos juntos a esa ciudad después de dos horas de tren, se fue. Y se fue de una manera que jamás vi a nadie marcharse. 
Sus pasos me parecían eternos, enigmáticos. Como que cada uno que daba, tiraba de mi hilo hacia él. Pero yo no me movía, ni siquiera supe despedirme. Con la boca abierta veía cómo se alejaba, girándose de vez en cuando y repitiendo ese gesto con la mano. 
Dejé de ensimismarme para echar a andar hacia mi casa. ¿Qué es lo que me ha dicho? ¿Qué es lo que he hecho para que lo diga?

"¿Te respetas lo necesario para que no puedan hacerlo?" 

Una y otra vez. ¿Lo necesario?
 Pero este tipo quién era. ¿Por qué una persona a la cual conozco de media noche, ha sabido decirme lo que llevo guardando entre algodones toda una vida? Quizá la respuesta sea no. Quizá por eso me molesta tanto volver un domingo por la mañana con algo robándome el sueño y mis verdades. 

Y sé que no volveré a verte. Que te cuesta el español. Que seguramente esa noche también te costé yo. Pero desde aquí, en mi cabeza y en mis folios con tinta, he de darte las gracias por decir en alto lo que yo me grito callada. 
Por engrasar una puerta sin llegar a saber que chirriaba.