viernes, 24 de octubre de 2014

Your song.

Bailemos ahora que nadie nos ve.
Corre, cógeme una mano, la otra pósala sobre mi cadera y... paso a la derecha. Ahora hacia atrás. Bailemos.
Apoyo mi cabeza en tu hombro hecho a medida, y haz que me olvide del mundo y de mi. Bailemos a estos minutos que esperan con los brazos en jarra el final de esta canción. Hagámoslo bonito. 
Que se les ablande el corazón, que crean en este "nosotros". Borrémosles la cruel línea que perfila sus labios. Repartamos un poquito de nuestra magia cuando mi nariz roza tu pelo y... paso adelante. Bailemos. 
Sujétame como si fuera el instante más frágil de tu vida. Sujétame como si quisieras escribir el primer capítulo de tu libro. Báilame lento. Juntando tu mejilla con mi oreja fría. Susúrrame que no te cansas de mi juego improvisado de quererte cerca de mis pupilas. No dejes de bailar.
Así, -mientras mi vestido y tu pantalón hacen migas con el balanceo de nuestros pasos- me pierdo cerrando los ojos y juntando los labios. Silbando la melodía de la que hará de éste, mi mejor recuerdo. 
Atrás, paso a la izquierda y deslizas la mano que sustentaba mi cadera, para hacerse un hueco entre el vacío de mi hombro y mi cuello. Agarrando con más valentía lo que será tu canción favorita junto a mí. 

Bailemos ahora que el mundo nos espera en silencio.
Olvida que tenemos algo que pende de nosotros, aquello que llaman vida. Tomémonos este tiempo necesario, esta canción tranquilizadora. Que no solloce nuestro estómago. Estamos aquí.
Estaremos así.
Llegaremos a estarlo


cada vez que suene nuestra canción. 






lunes, 6 de octubre de 2014

El principio sólo es el comienzo.



"Like whispering you know me"



Quizá siempre fuiste, en pleno verano, la primera gota de agua que mojó la ventana de mi habitación. Quizá el perfume tormentoso que lo siguió a continuación. Ese olor mágico. Ese calor eléctrico y empapado. Quizá me fueses advirtiendo tu llegada.

Quizá has formado parte de mis cortes profundos en la piel y en el alma. La sangre a borbotones. Quizá el resquemor aún sin cicatrizar. El rojo intenso que se apoderaba de mis heridas. Quizá ya te querías presentar definitivamente. 

Quizá la huella de mi zapato contra una inocente pared. Quizá eras la desesperación por no encontrarte. Por tropezarme. Equivocarme y caerme. Quizá por querer salir a flote y no poder. Quizá ya entonces estirabas el brazo para darme la mano. 

Quizá el lado cóncavo en mi oído. El que se agita nerviosamente sintiendo un contenido en él inexistente. Algo que le llene, complemente. Un rincón sin todo este aire que me sobra. Quizá llegaste a rellenar ese hueco con el contorno de tus labios alguna noche entre mi desvelo y mi sueño.

Quizá cada sombra del suelo. Las que me daban la espalda, las que me observaban de frente. Quizá su tonalidad según tu tardanza en llegar. Las horas muertas. Los segundos en vida. Quizá ya te eché de menos sin tan siquiera reconocerte. 

Quizá, después de inviernos amarrada a la soledad palpable, bajo el frío de estos atardeceres  -que hoy dices, serán todos nuestros- miro hacia arriba y tan solo veo esto. La paz que estás insuflando en cada vértebra de mi espalda, en cada costilla magullada, herida en carne viva o gota salada de cualquiera de mis lágrimas trimestrales. 

Es quizá este sin saber, sin creer. Esta sin razón, la locura inocente y absurda. Estas ganas de no dejar de observar un punto en la nada. Quizá tus ojos en fuego calentándome los pies. Quizá la niña interna me susurra que ya estás aquí, en pie, entero y dispuesto a ocupar cada recoveco de mi vida. 

Tan sólo, quizá, bienvenido. 


miércoles, 3 de septiembre de 2014

Me sobra espacio.


"No te cierres, nunca se sabe. 
Quizá caiga una estrella."


Llevo días intentando arrancarme de todas las maneras habidas y por haber, este incesante dolor de estómago que se apura en dividirme el cuerpo en trocitos cada vez que llamo al recuerdo y te trae con él de la mano. 
Llevo días apostando cada gota de sueño por uno más de sus renglones, por una curva más de su pelo. 
Días en los que no me cuesta imaginarlo cerca, otros visualizándolo lejos.
 Días con esperanzas lanzadas al aire. Alientos que se recordarán. Césped aún mojado en mi retina. 
Llevo días negándome un respiro de entre sus dientes, del interior de sus ojos - y cómo queman esos ojos -. 
Llevo días de hacerme recogidos en el pelo para que cueste menos llegar a él. 
Días rodeada de unas manos tiernas sujetando mis ganas. 
Días en los que no como, por comerle. 
Días que transcurren como segundos si estoy en ese hueco entre su cuello y el cielo.

Días esperanzadores. 
Días midiendo los días.
Días consumiendo el tiempo.

Un tiempo que escapa más allá de mi visión.  Más allá de sus fugaces besos. Tiempo para un nosotros, un cara a cara. 
Tiempo que gasto en recordarte con cada pestañeo. Tiempo en el que aparece mi sonrisa apuntando a sus hoyuelos. 


Un tiempo que se agita sin hacer ruido. Constante e inquieto. 
(Como él)







lunes, 9 de junio de 2014

De un soplo de aire, el otro.

Si hablamos de adicciones
tú a la vida
yo a tus piernas
si aun tenemos esa fanfarronería
de mirarnos sin comernos
de comernos la instantánea
Si aun seguimos siendo
tú con aura
lo que yo con mi karma
podríamos estar llegando,
quizá adivinando el punto
exacto y pequeño
de cualquier primavera que,
a nuestro pesar,
nunca fue nuestra y pudo serlo.
Si mis botes de óleo recurrieran
al cobijo de mis pinceles,
que una vez fueron
repatriados de su lienzo
como yo de tu cama
sería probable navegar,
sin apenas llanto
repletos de luz,
- qué bonito ha sido -
en la dulzura de esos besos.



Si de ti se hablara en una novela
de esas con final abierto,
y yo, contínua lectora de tus hojas
repletas de pliegues y apuntes a media tinta
juraría - y óyeme bien - que las noches
(quizá tan sólo la mitad de ellas)
serían más llevaderas imaginando
cada letra escrita con el formato de tu voz.
Si los libros hablaran al lado de mi cama,
no estaría sola
ni echando de menos una figura clara
ni echando de más una de tus pestañas en la almohada.
Si tan sólo hubiésemos sido precavidos
y más listos
habríamos puesto cada vez el marcapáginas
en el primer párrafo de esta historia
 siempre comenzando de nuevo
lo que no queremos que termine nunca.




jueves, 15 de mayo de 2014

Día 1 - Si la vida te da limones.

Comprendí al fin lo que era tener. Como propio verbo, sinónimo y adjetivo. Comprendí lo que era sentir las manos llenas sin contener nada tangible dentro. Comprendí lo que la vida me había estado susurrando. Estuve sorda, y es que yo... yo ya lo tenía todo. 

- No quieres que me marche. No quieres que desaparezca de estas calles con la cabeza tan machacada como la que tienes en este momento. Dime que no puedes, que no eres capaz de verme andar y alejarte de aquí. - fue la última vez que mi retina quiso grabar la manera que tenía de articular con su boca, mi vida, antes de darme la vuelta y perderle. 

Desde entonces cada paso que he dado ha sido un escalón variante de entre los cinco centímetros a los cuatro metros de alto. La variabilidad de estados de ánimo, la voz que se me apaga o grita, los labios que se me secan de esperarle un rato más y la tranquilidad mojada de saber que no volverá. Quizá fue eso lo que construyó mis días desde entonces, poquito a poco, enseñándome desviaciones y caminos por los que no tropezar con sus ojos. Sí, quizá fue eso, el último sonido de su voz. 
De repente me vi envuelta en conversaciones que le desnivelaban, palabras que ya no le describían tan entero, correcto y fuerte como mis manos recordaban. Fueron muchas de sus versiones las que ya no me convencían tanto, haciendo plantearme si todo había sido parte de este espejismo entre los desiertos de nuestra piel. Si sus movimientos no siempre cortaron el aire a la perfección, si se dejó trozos de cielo desigual, si vendió amaneceres dorados cuando no eran más que tormentas. No resultaba ya lo mismo oírme decir su nombre como hacía un par de meses. Mi fonética había cambiado y no era consciente aún del por qué, del por qué bajaba medio tono nombrándole. 
Nunca salió de mi boca la palabra "fácil". Sabía el valor de las cosas, su significado, la creencia de que después de lo fácil, jamás le perseguía nada malo. Simple y rápido. Fácil. Por eso siempre anulé como "fácil" la manera que tuvo este universo para presentarnos. 

- Te juro que desde que era pequeña siempre he querido comerme un limón sin ningún tipo de expresión en la cara. 
- ¡Anda ya! eso es imposible, si no te pica la nariz, te va a escocer ésto de aquí. - su dedo se acercaba lentamente y al apoyarse en la quemadura de mi labio, contrarrestaba el frío de su yema con mi quemazón y mi urgente gana de que lo hiciera. 
- No, seguro que no me escuece. - Me deshago sonriendo de su tacto. - Además, cuando esté preparada para el limón, "ésto de aquí" ya se me habrá curado. Seré capaz de mirarte como si fuera de hielo, lo comprobarás.
- ¿Tendré ese gust..?
- Joder, perdona. - unas zapatillas, desgastadas y con amagos de cosido con hilos de distinto color al de éstas, interrumpieron pisando la que iba a ser mi siguiente sonrisa y la pregunta de Pablo. Y así, en pleno pasillo milimétrico de autobús, entre la multitud a una hora prudente para ir a casa a comer, mientras mis ojos cogían altura por esas piernas intrusas, alcanzando con la mirada el último rizo que desafiaba la gravedad entre su cabello y el cielo, descubrí lo que andaba buscando sin saberlo. - Lo siento, tío.

- ¡Ahh! - se quejaba calladamente Pablo una vez que "hilos de colores" se alejaba lo suficiente como para perderle de vista. Mirándome con un ojo cerrado y poniendo su pie derecho sobre el dolorido izquierdo, siguió con su queja - Joder, mierda de lunes, este autobús siempre va hasta arriba de gente. Menuda pisada me ha dado este tío. En fin, ¿por dónde íbamos?.
- Limones. - Amarillos. Como uno de los hilos. Y en ese momento, quizá hubiera estado bien que mi cuello no se hubiera alargado, o que mi cabeza no hubiera girado para mirar a mi derecha, pero antes de encontrarle, él ya me había encontrado desde la lejanía de su posición, sentado entre una joven chica leyendo lo que parecía un libro de Ángel González, idéntico al que yo tenía en mi mesilla de noche y al otro lado, un señor con una gabardina un poco abrigada para el Sol tan dulce que acariciaba su rostro a través de la cristalera del autobús. Pero el destello blanco de sus fríos ojos puso en duda la forma que debía tornar mi cara, pues su gesto observándome, era como mi meta a conseguir. Chupar un limón sin expresión. 

Cinco paradas y con la vista al suelo después de observar por un segundo su expresión (o más bien, no-expresión)  me veo bajando del autobús, estirando aún más el cuello mientras mi primer pie toca el asfalto de la calle de mi casa y me sorprendo mordiendome el labio por no morder una de las ruedas y pincharla. 

- ¿Pero qué pasa? ¿te has dejado algo dentro? ¿TE HAS DEJADO ALGO DENTRO? - me miraba Pablo agarrándome del brazo esperando una respuesta rápida para calcular el tiempo que le iba a llevar escucharme y echar a correr para parar el autobús en caso de que yo contestase que sí. 
- No, no. Tranquilo, no me he dejado nada... - tan sólo unas zapatillas desgastadas, pienso.

Llegamos a casa y mi cabeza dejó de resonar, pero algo dentro... yo sabía que algo... algo en el espacio-tiempo me había robado al menos un soplo de aire en el transcurso de esos veinticuatro minutos que duró el trayecto de aquel "Joder, perdona" a esa mirada impenetrable. 
Esa tarde comimos una de mis especialidades, arroz blanco con sabor a las especias de mi Marruecos, champiñones y garbanzos. No hubo queja, no quedó grano de arroz en el plato. Tuve sonrisas, muchas sonrisas de agradecimiento. Besos, besos sabor a Marruecos, besos con sabor a necesidad. Besos que pintaron de amarillo el resto de mi calendario. Amarillo limón. 




















lunes, 31 de marzo de 2014

Diez minutos más, por favor.

Si tan sólo me dieran diez minutos.
Suponiendo que los tuviera y que el cielo hoy fuera alba
diría - con este tipo de firmeza mía - que dejo todo
que de aquí a sabe alguien cuándo, me alejaría hasta terminar el asfalto
y así, sin inconvenientes, ni lágrimas, borraría cada poro sin cubrir
que el cuerpo me reprocha cada mañana al despertar.
Así dejaría la ironía en la que se ha convertido mi espejo
que, burlón y sabiondo, me observa por encima del hombro
que se queja y no cesa, y recuerda la impotencia que desprendo.

Tan sólo si me dieran diez minutos
fuese aquí o allí, borraría cada lazo que me sujeta las muñecas al poste de esta cama.
Perdería cada gramo de nostalgia que me une a quien no lo merece
e incumpliría a ratos las normas, no tendría educación, ni miedo a reprimendas.
No existiría rincón que no oyese mis gritos
ni Sol que no envidiara cómo te sonrío cuando peco de sincera.
No postrarme por nada, salir a flote de todo sin ayuda de remos ni cuerdas
y no pido por pedir - casi nunca lo hago - sin saber antes lo que quiero
esta boca la hizo un fraile, aunque se conforme con poco.

Si tan sólo me dieran esos diez minutos
tú no estarías mirándome como si hubieras perdido, quizá porque nunca ganaste
conformándote con el centro de mi invisible indiferencia
y es que no tuve tiempo suficiente para decirte
que si me dieran diez minutos más
haría de este lugar que llamas mundo
algo mucho más hermoso que las palabras, que no llenan y bastan.
Y si me dieran diez minutos,
tú y yo - de ésto sí que estoy segura - dejaríamos huella en el aire.




miércoles, 22 de enero de 2014

Con qué pie visten los hombres.

Basándome única y exclusivamente desde el más extenso y sufrido entendimiento sobre un hombre, hasta las reacciones que causan sus maneras de ser, en nosotras. 

Los hombres (salvo breves excepciones, incluso alguna pecando de una homosexualidad aún no desvelada) son bastante sencillos. No es como quien compra un mueble de Ikea y se rompe los cuernos para cuadrar el tornillo número 34 en un agujero inexistente. Ellos son composiciones de tan solo dos piezas: ESTO Y ESTO. Fin. No le deis más vueltas. No les agitéis bocabajo para conseguir que caiga al suelo algún tornillo suelto, porque no caerá, recordad, "ESTO Y ESTO. Fin." 
Normalmente para ellos decir un "no" siempre será un "no", y no querrá decir un "sí, tal vez, a lo mejor, jiji, ay boba". Es un NO. Al igual que un "sí" siempre será un "si". He aquí las diferencias.

Nosotras. 

Él: Eh, pillé dos pizzas familiares de quince variedades de queso. Una para cada uno. 
Tú: No, no, no, qué dices, estás loco. Engorda muchísimo. (Pensamiento: EN CUANTO LLEGUE EL REPARTIDOR TE MATO CON LAS TIJERAS Y ME COMO LAS DOS PIZZAS) 

Ellos.

Tú: Esta noche he pedido dos pizzas familiares. Yo no llegaré a comerme ni la mitad de la mía, así que para ti. 
Él: ok. (Pensamiento: OK)




Fácil, rápido y sencillo. 

No somos iguales, por mucho que queramos pensarlo. No somos iguales en ningún comportamiento. Lo que nosotras podamos contarles intentando tener en cuenta el sentimiento y la receptividad de la otra persona, a ellos no les ocupa ni tres segundos en profundizar y te dicen lo que realmente piensan. No es que seamos menos honestas, es que ellos son más rápidos (y toscos, chapados al rudo albañil de pueblo con palillo en la boca) y sus respuestas nunca están mal porque siempre irán a la clave del asunto, incluso con gesto de "¿qué ocurre?" te observan con incredulidad por tu grado de poca asimilación positiva a sus respuestas. Recordad, "ESTO Y ESTO. Fin." Es necesario aceptarlo para no llegar, con edad temprana, a asquearse de este tipo de mentalidad poco misteriosa y cero merodeadora. 
Ésto es causa de la muerte cerebral de algunas de nosotras, que buscamos aquel que consiga vocalizar un "NO" y en los ojos tenga un "Por supuesto, nena." De esos, muy albañiles en los momentos que requieren serlo y muy labio inferior mordido y no te digo lo que estoy pensando porque así te mantengo intrigada. 
El cóctel molotof. Para vosotros el "no tan sencillo pero cien por ciento efectivo." 
Porque no podéis negármelo, chicas, por propia experiencia e historietas a mi alrededor, hoy en día las mujeres toman otro tipo de dirección y cansadas del tosco de pueblo, exigen oír hablar de "aquel chaval que conocimos el sábado, sí, hombre, el que era tan interesante." Ni era guapo, ni quizá el pincel de pasarela que querríamos algún día correteando por nuestro cuello, pero sí (y es un SÍ de los rotundos. De los toscos. Honestos y rápidos.) tenía aquella lengua viperina que nos dejó con la miel, la colmena y el apicultor en la comisura de los labios. 





En realidad es fácil, muy fácil que nos lleguéis hasta la córnea en cuanto decís más de dos párrafos interesantes. Claro, para ello, has debido catar muchos caracteres de mujer y saber de qué pasta estamos hechas y por qué poro se nos ve el plumero. Como habréis observado en ningún momento he hablado de los que realmente son así, los medio-toscos de pueblo con EL PUNTO. Por propio conocimiento, nunca tuve el enorme placer de toparme con uno de los auténticos. Algunos casi dan tal pego que crees haberte enamorado y luego, al cabo de un tiempo y sin esperarlo, abren esa magnífica boca que sólo sabía derretirte y te sueltan una variable a la de la pizza. En ese momento levantas cualquiera de tus manos, ambas incluso, y la estalla contra tu cara, apretando y apretando para que milagrosamente, despiertes. 
Bueno, yo no desperté. Era la pura realidad y aun así aquí seguimos, conformándonos con las CASI octavas maravillas del mundo, las copias de aparente buena calidad. 



Pero claro, muchas veces pedimos peras al olmo, o diamantes a los cerdos. Tenemos lo que damos, es así de real. Ni ellos son auténticas piezas, ni nosotras somos el cuerpo presente de la perfección de una mujer según sus criterios. La que diga que si cuando quiere decir que si, que no piense más de la cuenta, que no derrame lágrimas si no es por cosquillas o la que, mientras duermes con la boca abierta, ellos observan lo mordibles que son nuestros labios. 
Es cierto, y cada vez más, que optamos por la postura "estoy harta y te voy a tratar como lo que piso en la calle, sí (con ese "sí" tosco y rápido), como a una baldosa". Quizá nuestro tope esté rozando el borde del vaso o directamente del catamarán con el que navegamos. Pero me alegro, muy satisfactoriamente además. 

Estamos redireccionando nuestras máscaras. Ni vosotros sois tan palillo en boca, ni nosotras tan "no" queriendo decir "sí". 

Si ya lo decía Sabina: 
"Más de cien pupilas 
donde vernos vivos, 
más de cien mentiras
que valen la pena".






martes, 7 de enero de 2014

Abierto hasta/ a partir de.

Me acostumbré. 

Al filo de bocas de un solo uso, enlatadas o al vacío.
Digamos que no encontré tragedia alguna en esas miradas furtivas entre farolas y lunas con dos días de duración. 
Que vuelvo a aprender lo que ya aprendí, cuando las medias decidían hacer carreras ilegales entre mis tobillos bajo el juego de sus (tus) sábanas. 
Es probable que lo fácil se me vuelva tirado y lo tirado algo en lo que apoyarme. Porque siempre me gustó ser así, despreocupada a la hora de mantener(te) una mirada cálida. Y supongo que por eso estoy aquí, pateando cada rincón de esta ciudad que siento tan pequeña y usada, para reencontrar lo que ya existió a mi lado y que tanto costó encontrar(te). Tan cierto como que aun conservo (tus) sonrisas en tarros de cristal donde la luz insiste en violar la oscuridad de (antes tuyos) mis ojos.
Al menos que algunas cosas (te) gusten, que (me) recuerde(s) o atisbe lo que se vivió detrás de estas puertas de acero que hoy (te) pongo por delante. 
No es justo empezar los eneros con humo, estalagtitas y chaparrones en la cabeza. Al menos eso me silbaba el aire, colándose por la ventana de esta boca, hasta ayer, cuando la cerré y decidí dar(te) esquinazo. Dejando(te) fuera de estas navidades, de este pelo enmarañado y estas pestañas con ganas de crecer a lo que pudo ser una felicidad caótica y sumisa. Al menos eso me aconsejó mi torpe sonrisa una vez que borré la última fotografía que te sustentaba en este hilo. 
Al menos lo estoy intentando.
Como cada recuerdo, cada gruñido, cada beso.

Me acostumbraré.