martes, 12 de noviembre de 2013

Mientras tanto, ¡póngame otro!.

Quisiera vivir uno de esos días en los que la sangre de mi cuerpo se colapsa en cuanto se cruzan las puertas, sin llave en mano para entrar de nuevo. Quisiera uno de esos días, donde me asfixio desde la ventana de algún cuarto frío y usado. Donde el sabor no me sepa a nada, donde tus labios me dejen con ganas. Quiero uno de esos días, cuando el suelo es un mar de cristales rotos a desgana, de gotas de sudor frío recorriendo mi espalda. De esos que hasta el algodón se empape de tu nostalgia, de mis cortinas con ese olor a champú que tanto me echaste en cara, que tanto echas en falta. Quisiera entonces, si no es mucho pedir y poco blasfemar, que me retuerzan de nuevo las cadenas que una vez me hicieron libre. Libertad contigo. Destierro sin tus ojos. 
También quisiera, pecando de materialista, ese reloj tuyo donde se nos rompieron las horas y los llantos, a conjunto con tu posterior risa y mi anterior caricia. Quisiera exactamente el cielo amarillo repleto de rayos que dibujamos un día en nuestros pies, cuando aun ahí afuera, el temporal amainaba y pedía nuestro improbable sueño. Me gustaría -que no quisiera- que todo fuera como aquello.
Que mis ojos mirasen de la misma forma como cuando me decidía a morderte con las palabras.
Que tu risa fuera realidad posterior y anterior a mis acciones.
Que el cielo nos comiese el pecho tan a menudo como siempre. 
Que las ventanas, las vistas, el suelo y los cristales me recordaran cómo era eso de pedir y que me oyeses. ¿Me escuchas?
Que deje de querer, tal como quise, tal como querré.