domingo, 22 de mayo de 2016

Autosinceridad.

Olía a ese tipo de miedo imperioso reconocible a kilómetros de aquí. Cada vez que una frase se enlazaba a otra que parecía ponerse seria, con esos sonoros tópicos que no le gustaba nombrar, su expresión entonaba la clásica incomodidad del que sabe sin querer saber.
Sus problemas siempre fueron las corazas forradas de cartón en las zonas cercanas al alma, y es que no se conocía como lo hacía yo. 
Los papeles del fuerte de la película quedaron muy atrás ya, como siempre le repetí; pues cuando todo a tu alrededor parece ver lo que tu cabeza no es capaz de asumir, el rol de valiente te queda grande. Y la estampa no es más que la de él con su cara de circunstancia y yo con la divertida sonrisa de saberle a él mismo incomprendido. 
Tampoco es para tanto. Tan sólo que a veces las cosas te sacuden cuando nunca pensabas que lo fueran a hacer y una vez que las tienes detrás, dándote palmadas en la espalda para que sepas que están ahí, nos quedamos paralizados y no somos capaces de girarnos para mirarlas de frente. Y en lugar de eso, te encuentras ahí de pie, fingiendo no sentir, no escuchar y no creer que algo te está tocando. 
No le culpo. Jamás lo hice. Cada matiz de cada momento llega si tiene que llegar y si no, simplemente vivimos haciéndonos los locos y desaprovechando la que podría ser una buena vivencia. Casi como saltar sin cuerdas de un puente, pero sabiendo que una vez estés descendiendo, dejarás arriba la duda de un vacío. 
A veces me sorprenden aquellas personas capaces de negarse a lo que les gustaría comprobar. Básicamente es quitarse de la boca la cuchara rebosante de crema de cacahuete, después de verla, olerla y casi saborearla, tentándoles a más no poder no habiendo comido desde hace... no sé, quizá toda una vida. 
Pero si una cosa está clara, es que hay veces -no digo siempre, sólo veces- que quitarte la venda de los ojos no requiere de tanta franqueza para con nosotros mismos. Dejarse llevar, sería la mejor de las opciones. 
No blanco. No negro. Dejarse llevar como color intermedio. 

Y es probable que entonces, dejes de vivir tu propia mentira.