Alzo la cabeza dirección su cuerpo trapecista. Y sin apenas luchar mucho para ajustar la visión, ahí está, voltereteando aún junto a mi, sonriendo hacia fuera, amando por los dos. Ahora le ha dado por mover lentamente las manos como queriendo entrar aquí, haciendo acopios de desgarrar algo que debe rodearme, para meter una pierna y después otra y encontrarse ya dentro, frente a mi. Ahí está.
Me acuerdo que en el bolsillo izquierdo de mi abrigo tengo otro más. Lo saco a la vez que saco el fuego. Labio con labio. Levanto la mirada y ya no estás. Sonrío de nuevo. Pero qué tonta, mientras empaño el aire con mi ardiente aliento. Una neblina se levanta a la altura de mis ojos formando un círculo sin interior y ya no soy capaz de dejar de sonreír.
Un calo tras otro, el mismo banco de fría piedra y "qué jodido es el invierno desde que rompiste aquello que me cubría".