domingo, 26 de mayo de 2013

La eucaristía de una boca.

Después de tanto tiempo, letargo perezoso y suave, de chocar contra marea y rocas, de soñar enroscándonos a la almohada, después, de que varias vidas nos roben la nuestra, risas burlonas a costa de la desgracia que creíamos cargar a la espalda, después, de que el frío llegara a nuestras arterias, después de los buenos días y de las buenas noches, después, de las mentiras y las verdades, después de todo, después de nada, te eligen. Te eligen como quien elige un planeta del universo.

"Tú, Plutón, ven acá. Desde ahora eres mío"

Ese planeta, que eres tú, que soy yo, que ahora somos de alguien, que les pertenecemos y nos cuelgan al cuello el cartel de "ocupado". Ese planeta que gira alrededor de otro, como nunca antes lo había hecho.
Después de estornudarle al mundo la sarta de mentiras que intentaste creer para protegerte. Tápate la cara, y los muslos. Las costillas, la clavícula, la comisura de los labios. Cierra los ojos y enfunda con poder el arma de tus manos. Seduce los nudillos de la realidad, golpea fuerte, aunque, es probable, no te servirá de nada. Ya estás impregnado y formas parte del clan de las emociones en piragua.
Te mojarás aunque no quieras, remarás por avanzar, por luchar por eso a lo que ahora perteneces, para llegar al destino que, en cierto modo, quieres que sea similar al que soñaste una tarde harto de investigar entre piernas desconocidas. Y seguirás mojándote, día tras día, trastocando todas aquellas cosas que imaginaste conseguir ausentándote del resto de planetas.
Lo siento.

"Vamos, que no es tan malo. Piensa que esto del quererse es extraordinario"

Un carajo. Y dos y tres. Hasta cuatro podría contar. Así, aquí mismo, en fila. -Mira.- Con qué seriedad nos apunta la pistola en la sien.
No cuenten conmigo, caballeros, damas, eso en lo que yo creo no se dice por la boca ni se palpa entre sudor.
Eso en lo que yo creo, que al menos no abunda (Bien por mi. Bien por él), es pura magia envenenada e inmortal.

Tan sólo es algo extraordinario.


martes, 14 de mayo de 2013

Ahora te olvido. Ahora no. Ahora sí. Mejor que no.

Solías caracterizarte por ese perfume tan tuyo atado a cada extremo de tu cuerpo, con un hilo exageradamente fino que sustentaba mi olfato con tu camino y allá por donde tus pies pisaban, los míos bailaban detrás. Alegres y jóvenes. Muertos de mi risa nerviosa por querer besarte en cada esquina del mar, en los trillonésimos granos de aquella arena que recogió cada helado que resbalaba por nuestros labios al no prestarles atención.
Era fácil distinguirte. No todos conservaban ese tipo de mirada, día tras día, conversación tras conversación. Con tu misma peca pequeñita, junto a tu nariz, acechando a una de las mías, anclada en mi oído, que atento a lo que desfilaba por las olas de tu boca, también te acechaba cuando no quería que te dieras cuenta.
La veleta con el gallo en lo alto siempre soplaba a nuestro favor. Y entre películas y cafés, abrazos y pasos de baile, entre tus vaqueros y mis vestidos, las pausas y los besos, fuimos haciéndonos arrugas con rotulador. Eso aun me ayuda a mantener el recuerdo del retrato que apareció al día siguiente en mi codo. Extrañamente te veía a ti en él, por la forma que tuvo de quedarse inmóvil mirando mi cara de idiota sonriente, o tal vez por la lástima que sentí al borrarlo de mi piel. De todas formas, y no estaría siendo del todo sincera si lo omito, me encantaba todo aquello. Aunque hubiera días que hubiese lanzado el palo lo más lejos que pudiese para perder de vista a ese perro que ladraba constantemente en mi cabeza.
¿Pero quién no se acostumbra a un par de ladridos habiendo escuchado tan tiernamente los aullidos y lloros de boca de ese pequeño perrito antes?
Me gustaba todo aquello. Sí. Y no es que ya me haya dejado de gustar. No. El problema es, que como toda buena historia, siempre le sigue un final. Cuando llega el momento y la playa se nos queda pequeña, los granos de arena se pueden guardar en un palillero, y el perro, cansado de ladrar, deja de emitir sonido alguno, es entonces, cuando debí decirte adiós. A ti, a tu perfume, a tus pecas y a tu forma de mirarme.
Aunque ahora que caigo...
No toda buena historia cumple con las normas establecidas. Y es que una cosa de la que carezco, es de guión.
Quién sabe. Los días son muy largos y las buenas almas, muy cortas. Es entonces cuando -dentro de este saco de papeles desordenados y tinta por el suelo- dejas un hueco aquí, entre mi cuello y el final de la sonrisa que guardo de ti.

viernes, 10 de mayo de 2013

Probablemente mi pizca de Kriptonita.

Me pasé la palma de la mano por el pelo -recogido con un lápiz harto de esbozar sonrisas-, y suspiré casi de la misma forma en la que lo hice cuando me ausenté de mí misma durante ese periodo abstemio de pensamientos.
                                               
                                                     De nuevo ella.

No sabría puntualizar si el regreso era evolutivo o regresivo, pero al fin y al cabo, ella.
Y ella -yo-, ahora con semblante serio ante un panel blanco de alegrías y amarguras, cenas y copas, besos y despedidas, naufrago por falta de un espíritu descontaminado, por la obligatoria neblina que aun recorre mis venas. Lo cierto es que nunca fui buena olvidando lo que algun día amé recordar. Así pues, que no produzca sorpresa alguna encontrarme perdida jugueteando con el borde acuoso de un vaso, entre la muchedumbre del día menos indicado para beber, porque será normal, quizá lamentablemente normal, que mis ojos ya no os ubiquen con la misma facilidad con la que lo solían hacer.
Silencio y...
Cerré los ojos deseando que todos los fantasmas no siguieran en la sala de espera, atentos a la puerta que se volvía a abrir.
Fue el reencontrarme con los caminos ya pisados, los cuerpos ya usados, la saliva seca y los rostros dormidos, lo que causó el incendio que ardía en el culo de los vasos de todos los bares donde te recordé. Reapareces. Con la sonrisa que a todos nos venció en momentos en los que creíamos llegar a ser imbatibles.

Abro los ojos inquieta, lentamente paseo mi mano palpándome el pelo, pero no está. Ese objeto que me ayuda a conservarte en hojas secas y ajadas no está.
En lugar de buscarlo, reaparece -como tú en el incendio- apoyado en la barra, cansado quizás, algo mojado de licor y tristeza, compartiendo añoranza conmigo y con el vaso de whisky que no quiere soltarme, que desea besarme, tal vez, es posible, de la misma manera en la que me aseguraste que recordaría siempre.