Elena, que te miran mientras se secan los vasos.
Y ponme una, camarero, que hoy celebro saberme todas las canciones de este lugar. Y tómatela conmigo, celébrame tú también.
Elena que se sorprende de estar flotando, que cierra los ojos y consigue estar atenta. Luca, que se abre paso en este relato y me guiña un ojo, agradecido. Ella baila entre rincones sin gente, él le baila el agua con la mirada. Esos tobillos. Ay Elena...
Que se cierra el bar. Que te espero fuera, Luca. Que te quiero, Elena. Y como dos niños, que se pierden en un sueño de madrugada, recién amantes, almas recién graduadas, se cogen de la mano y se comienzan a mirar.
¿Qué hará ella ahí, deseosa de eso que tanto ve en la vida? ¿Qué esperas, Luca, tú que no crees en los tobillos dulces?
Sin respuestas, a dos respiraciones entrecortadas, Elena besa. Él se funde.
Se conectan durante un tiempo moldeable. Se aprietan para que el mundo no les separe.
Pero el mundo lo consigue pacíficamente.
Unas noches más tarde, Elena, que tienes la misma sonrisa de hace días, bailas con la luna llena, porque se acaban los días del mes y tú sigues en él. Pero entonces escuchas a lo lejos, a tu padre en los tiempos libres, Sabina te canta "Acuérdate de mi cuando me olvides. Que allí donde no estés, iré a buscarte, siguiendo el rastro que en el cielo escriben las nubes que no van a ninguna parte. Acuérdate de mi en tus plegarias y búscame con los ojos cerrados entre la muchedumbre solitaria. Yo tampoco te quiero demasiado."
Será el destino, será el licor, será que se pierde de nuevo con su olor, pero esta noche ella vuelve contigo, corazón.