miércoles, 1 de junio de 2016

Chin-chin.

Esa manera tan característica que tienes
de mostrarte al mundo tras las persianas,
recogido entre almohadas tejidas de historias
de música para oídos vírgenes
que no han sido abiertos a tu silencio, 
aún sin haberte escuchado asumir
que quizá tu universo no es tan malo
si dentro encuentras otro corazón amigo.

Esa manera de querer cerrarte a veces, 
asustado de lo que propiamente eres
y alguien descubre proponiendo que quizá
deberías esperar, hacer un alto
confiar en ella, que no parece del todo errónea.
Coger aire e ir hacia delante
con tus miedos e inseguridades
dejarte mimar el ánimo.

Tus defectos, tus virtudes
la risa que tienes bostezando
casi a las cuatro de la mañana,
el formato de tu voz susurrando
a gritos que está cómodo
como nunca imaginó estarlo.
Deshinibirte y olvidar lo que muestras
para dejar ver lo que eres. 

No pintar de negro las aceras
para que alguien se asuste y no las camine
tenerle miedo al valiente
que decide sentarse en el escalón de tu portal
solo por ver cuánto de los nervios te pone
y reírse mientras ve en tu cara
que también eres de los que se sorprende
cuando le pillan con la guardia baja. 

No pisar un suelo nuevo
por miedo a que acaben bailando en él. 
Que descubrir a alguien que te conozca 
no sea tan extraño. 
Que te sepas valorado por 
todo aquello que callas
y otro sabe leer,

no sea tan grave.