domingo, 11 de octubre de 2015

Se miraron un segundo como dos desconocidos.

La escuchaba perplejo deshojar el mundo.
Se empapaba cada vez que ella abría la boca y se reía pulcra de lo que es la vida a los veinte años. Otro color en el aire, otras pisadas más cortas y rápidas. Despreocupación por la preocupación. Alegría post-adolescencia. La impalpable manera que tenía de llenarle los oídos (y el alma) de ganas por morder unos labios tan frescos como la lubina del puerto esa mañana.
Se planteaba toda una trayectoria, décadas y mundos. Camas deshechas de amor y de monotonía. Su mirada se perdía cada tarde en el techo de aquel garito, que entre tazas y agua, pasaba las mañanas aletargado y las tardesnoches, esperándola.
Estaba jodido, jodido y contento. Deseoso de poder escaparse cada vez que se cruzaba con su silencio y con ese perfume que cambiaba cada día.

Ella hablaba con los ojos.

Irradiaba vergonzosamente todo lo que se imaginaba en su casa, pues nunca supo disimular cuando le salían solas las sonrisas. Su locura estaba equivocada, pero la bendecía cada mañana antes de empezar la jornada. Se plantaba donde quería, a horas que causaban pellizcos y ganas. Alimentaba cada rayo que parecía incidirle directamente a ella. Aunque supiera que sus pulsaciones estaban fuera de lugar y de lógica, siguió moviendo el culo con gracia cada vez que sonaba una canción que le gustaba. Absorbía cada letra siempre pensando en hacerla suya y compartirla, si él se dejaba, con sus ojos. A la cerveza le daba tres sorbos de inocencia y pensaba que todo estaba bien, pero nada lo estaba en ese pequeño habitáculo. 



Creyendo su propia mentira, sus alter ego caminaban al compás de los días, que parecían tener prisa por acabar tan pronto como una hoja pisada en otoño.
Y éstos, con sus lastimeras ansias y esa esperanza labrada en el ambiente improbable, casi nulo, decidieron que ya no más. Arrancando de una vez la mala hierba (que a veces es buena) supusieron que dejarían de desesperarse por esperarse. Y así, los días ya no fueron tan seguros, las casas cada vez fueron más frías en algún sentido que aún no quieren comprender. 
Dando lugar a seguir debiéndose todavía, un baile lento.