domingo, 23 de diciembre de 2012

Quizá el frío que tú tienes conmigo.

Y es que te veo ahí afuera, divisándome ya antes incluso de que yo haya salido de ese maldito antro donde paso los minutos de este corazón al que no acompañas, clavando tu pelo castaño claro y revuelto por un viento y unas manos, en mis ojos, que deseo eches de menos cada noche en tu cama. Y es que te veo tan quieto que me pienso el echo de salir por la puerta o volver a mis pasos y quedarme en un rincón del antro con el corazón en la mano, palpitando tembloroso y excitado. Pero salgo y te veo en tres dimensiones. Te veo tan perro olvidado en mi espalda el día que te acercaste para olerme y cerrar los ojos. Te veo tan sublime como el día en que se te escaparon por la boca y el alma, las palabras que rasgan la garganta y me alimentan. Te veo tan primer día como última noche del año. Y me acuerdo de ti y de lo que era hablar contigo a la vez que volaba por encima del mundo.
Es que dejar de escuchar tu mundo, paró el mio. Nada siguió su curso, porque siempre estabas tú mirando desde afuera, limitándote a robarme el aliento cada vez que veía una letra, la calle, las escaleras, el atajo, una cocina que no era la nuestra y ese miedo que me seguía gobernando.
Y sé la importancia que te doy y todo lo que ocupaste en mi, porque hago de cada movimiento tuyo una historia y un recuerdo, guardado, como siempre, en la caja fuerte de tu voz.

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