viernes, 10 de mayo de 2013

Probablemente mi pizca de Kriptonita.

Me pasé la palma de la mano por el pelo -recogido con un lápiz harto de esbozar sonrisas-, y suspiré casi de la misma forma en la que lo hice cuando me ausenté de mí misma durante ese periodo abstemio de pensamientos.
                                               
                                                     De nuevo ella.

No sabría puntualizar si el regreso era evolutivo o regresivo, pero al fin y al cabo, ella.
Y ella -yo-, ahora con semblante serio ante un panel blanco de alegrías y amarguras, cenas y copas, besos y despedidas, naufrago por falta de un espíritu descontaminado, por la obligatoria neblina que aun recorre mis venas. Lo cierto es que nunca fui buena olvidando lo que algun día amé recordar. Así pues, que no produzca sorpresa alguna encontrarme perdida jugueteando con el borde acuoso de un vaso, entre la muchedumbre del día menos indicado para beber, porque será normal, quizá lamentablemente normal, que mis ojos ya no os ubiquen con la misma facilidad con la que lo solían hacer.
Silencio y...
Cerré los ojos deseando que todos los fantasmas no siguieran en la sala de espera, atentos a la puerta que se volvía a abrir.
Fue el reencontrarme con los caminos ya pisados, los cuerpos ya usados, la saliva seca y los rostros dormidos, lo que causó el incendio que ardía en el culo de los vasos de todos los bares donde te recordé. Reapareces. Con la sonrisa que a todos nos venció en momentos en los que creíamos llegar a ser imbatibles.

Abro los ojos inquieta, lentamente paseo mi mano palpándome el pelo, pero no está. Ese objeto que me ayuda a conservarte en hojas secas y ajadas no está.
En lugar de buscarlo, reaparece -como tú en el incendio- apoyado en la barra, cansado quizás, algo mojado de licor y tristeza, compartiendo añoranza conmigo y con el vaso de whisky que no quiere soltarme, que desea besarme, tal vez, es posible, de la misma manera en la que me aseguraste que recordaría siempre.














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