lunes, 10 de junio de 2013

Que la estrella se estrelle.

Señora, no está.
Mi huésped y el piano se han ido
sin avisar
sin notas;
ni besos.

Aquí el silencio me sube el vestido
destapando cada centímetro.
Desde el vacío de la clavícula
hasta la tristeza en los tobillos
burlándose de la tormentosa y fría desnudez.

El suelo se alarga bajo mis pies
ya nada es igual
todos los cuadros me miran ahora
con gesto oscuro
y sonrisa torcida.

Noche solitaria, incrédula e infinita.
Contar obstáculos con el dedo
no será ni parecido
ahora que se ha ido
sin llevarme a mi.

Estas pestañas rechazan sequedad
en huelga contra el potingue
que las ahoga en negrura
y me asfixia a cólera y hambre
Pensándote como casi nunca.

Me reviso y ya nada queda
del brillo ardiente en mis gemelos
-en mis gemelas- quejándose amargamente
a través de la almohada rencorosa de besos
de esos que ahora anhelo.

Sentarse en la cama como poco
será la manera de alargar el calor
que a mis labios he de explicar,
como que eso que eras tú
ya no volverá jamás.



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