domingo, 30 de junio de 2013

Tedioso.

Explicar lo inexplicable, lo que únicamente mi sector y yo entendemos. Explicar a qué sabe el viento o de qué color es la amargura. Sospecha de lo que llegarían a ser grandes historias enjauladas en la parte de atrás de alguna biblioteca, quizá de algún museo donde nos observaran a ti y a mi crecer en este ambiente ponzoñoso, con veneno en la sangre y sudor en las entrañas. Esos dos -nosotros-, violando el aliento tan bruscamente hasta quebrarlo en el momento que menos lo necesitábamos, donde más vida nos arrebató. Nos miran desde la cristalera que nos recubre. Sus ojos, incrédulos y algo absortos por tu frialdad y la mía. Quisieran entender tu relación con el mundo y mi reparo por él. 
Volvemos a lo inexplicable y a la dificultad de mirarles con el amor que ya no tenemos en ningún rincón de las células. Lo siento. Se marchitó, nos golpeó, atizó, dobló, rompió, retorció, arrastró, escupió y rechazó hasta más no poder. 

Y aquí, dentro de esta caja irrompible, donde no hemos vuelto a ver el cielo del color con el que pudimos verlo, peleando con nuestros ojos y su memoria, ajustando detalles que nos vuelven rígidos y poco volátiles, nos vemos las caras sin quererlo, chocamos o esquivamos la esperanza y lo creíble de entre los recuerdos y el presente, que nos apelmaza en el pelo y difurca la raíz que fuimos, con la punta de la hoja que ahora somos. Nos mancharon el alma y les salpicamos con ello. Perdimos poder, altura y fuerza para obtenerla odiosamente más tarde reservado entre la costilla y el pulmón, cerca del pecho, entre lo que late ahí. 

Explicar lo inexplicable. Lo que desde ahí no oís. Lo que tan sólo veis. Las heridas superficiales. Lo que creéis curable. Algodón y alcohol. Así os presentáis. "Hola, soy todo algodón y alcohol". Y no caéis en la cuenta de que hay heridas que perduran para toda la vida. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario