domingo, 13 de enero de 2013

Nulla è per sempre

Relamiendo los recuerdos, que me esposan a la cama - y con qué fuerza lo hacen.- sobrevuelo el cielo azul que nos resguardaba contemplativamente, de la suave tez de tu rostro frente al mio. De la extraña manera que tenía el viento de descifrar los nudos de tu pelo, que como bailarines de ballet, danzaban ligeros sobre mi alma.  Y me aferraba a tu respiración entrecortada, agresiva y sumisa cada vez que algo nos hacía exhalar las notas de esa tierna partitura que ambos conservábamos cada día entre paños de oro, porque era nuestra canción de cuna con la que mecer los minutos de una mañana que se convertiría en noche en tan solo dos suspiros. 
Cuando caía el Sol por el recoveco de tu cuello, exponiendo los últimos rayos sobre la infancia de tus ojos, - entonces, y sólo entonces - absorbía todo tu anhelo. Abordaba cada beso húmedo como si fuera la medicación que todo médico receta.  Me hacías heroína del mundo.
 

Me despierto retorciéndome entre sollozos y siento oír:

 No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo 
mirando por encima de mi hombro lo que escribo. 
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa, 
a cambio de sus besos y su prisa; 
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.

Antes que la carcoma de la vida cotidiana
acabara durmiendo en nuestra cama,
pagana y arbitraria como un lunes sin clase
se fue de madrugada, no quiso ser de nadie.


La canción de Sabina se vuelve eco y como cada mañana, se disuelve con la sal de una lágrima que endulza tu recuerdo.








No hay comentarios:

Publicar un comentario