jueves, 29 de noviembre de 2012

Halo.

Es este frío con la tez tan oscura y el alma tan bastarda como para hacerme recordar presencias ausentes en mi.
Y es que esta intensidad torrencial me ablanda el pecho y lo vuelve maleable. Se me clavan las palabras no dichas a la vuelta de las esquinas donde solías estar y huelo incesantemente perfumes arrastrados por olas de tormenta, tan amoldados a ti, que confío en que sea el tuyo. 
El invierno me llora, empapado en cubos de lágrimas. Y es que nada es fácil en esta época.
Los árboles se vuelven tan rígidos como mis siete sentidos, devolviéndome a la realidad de echar de menos una vez más. 
Que es tan dulce el aroma de los copos de nieve como amargas las horas en las que no siento el Sol.
 Un punzante dolor el que encierra mi estómago oyéndote sutilmente debajo de una lluvia de estrellas en cualquier noche que pudo haber sido nuestra. Dolor por no ser perfecto. Por haber dejado de ser lo mismo para ti. Dolor en su soledad. Dolor del que huele. Dolor del que ahoga. Dolor del bueno, del artesanal, del de toda la vida.

Aquí me veis. Con una copa en la mano, brindando por lo que nos fue dado, y lo que nos quitamos de las manos comos hienas hambrientas. Aquí estoy. Demasiado témpano al contraste de un tiempo atrás, donde cualquier palabra salida de su boca, hervía en mi sangre como alma en convulsión.

Y es que este periodo me apuñala.
Este periodo tiene cierta hambre que solo los que lo han vivido, saben alimentar. 


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